Hoy a sido un domingo diferente en el cual he aprendido una lección de algo que lo tenía olvidado por un tiempo.
Nuestro Profeta, Vidente y Revelador Russell M. Nelson de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días nos hizo una invitación mundial para este sábado 29 de marzo. Invitó a todos a unirnos en fe para rogar por la salud espiritual y física de todo el mundo. Aquí está el video con la invitación, si quieres verlo:
Al escuchar la invitación, lo primero que me vino a la cabeza fue preguntarme si podría hacerlo, si podría cumplirlo y seguir la invitación del Profeta a quien ¡apoyo y sostengo!
Hace mucho que he dejado de ayunar y hace tiempo que no me arrodillo a orar. Tenía en mi cabeza, desde que salió la invitación, preguntándome si realmente podría hacerlo, si podría abstenerme de las comidas, si mi cuerpo lo aguantaría. Me preguntaba acerca de mi fe, qué tan grande y fuerte es mi fe en estos días. Pasan por mi cabeza muchas preguntas, aún cuando sabía que todo iba a estar bien, pero admito que tenía mis miedos.
Debo decir que sentí la presión de mi hijo menor. Creo que el nunca ha ayunado y me sorprendió que el también querría unirse. Lo veía preocupado y me preguntaba: ¿Cuántas comidas debo saltarme? y ¿cuántas comidas no comerás tu, mami? y ¿puedo tomar agua si tengo sed y entonces en la mañana no desayunarás y al mediodía no comerás tampoco?
Veía a mi hijo preocupado pero lo quise calmar al decirle que podía hacer medio ayuno si creía que ayunando un día entero era mucho. Le dije que Dios nos conoce y el sabe de nuestras intenciones, nuestros sentimientos, deseos y conoce muy bien nuestro corazón. Él solo quiere saber si somos obedientes.
Comencé mi ayuno el sábado y me acosté con el pensamiento que si no podía cumplirlo lo dejaría por la mitad. El domingo llegó y desperté temprano. Acostumbro levantarme a las 5:30 pero por ser domingo y no tener que levantarme a trabajar, me quedé media hora más acostada hasta que mi cuerpo dijo que es suficiente. Así que me dirigí hacia el cuarto familiar, donde tengo un sillón viejo pero cómodo. El cuarto estaba obscuro, frio y silencioso. Comencé a abrir las persianas, pero aún no había amanecido.
Mi cabeza se partía en dos del dolor y pensaba que sería mejor cortar el ayuno. Nadie estaba a mi alrededor, todos aún dormían y seguro que podría comer algo sin que los demás me vieran. Pero pensé y me hablé a mi misma; "espera un poco, aguanta otro rato más, distráete con algo". Y eso fué lo que hice.
Comencé a poner mi mente en otras cosas. Me puse a contestar algunos mensajes, luego leer un discurso. Me fui calmando escuchando música inspiracional y de repente, no sé cuando, mi dolor de cabeza había desaparecido.
Fue una experiencia bonita estar a tono con el Espíritu en ayuno y oración, poder arrodillarme y hablar de corazón a corazón con mi Padre Celestial. No solo pedí alivio en estos tiempos del coronavirus, sino el tener también esa conversación que le debía desde hace tiempo a mi Padre.
También he aprendido que tenemos que tener cuidado en lo que pedimos y de cómo lo pedimos. Nuestro presidente de estaca justo compartió una experiencia mencionada por su primer consejero, el hermano Robert Reeve, donde dijo:
"Mi amigo en Indepence, Missouri mencionó que su amiga que no es miembro de la Iglesia escuchó al presidente de los EE.UU. hacer un llamado a un día de oración en el mundo. Ella no era religiosa y nunca había orado. Pero sintió que debía hacerlo. Al orar, le pidió a Dios que quitara el virus, y recibió un mensaje muy claro a su mente: "No te corresponde pedir esto. Este virus es mi voluntad". Luego ella sintió que era su responsabilidad preguntar lo que ella debería de hacer, y no decirle a Dios qué hacer! Él está usando esto para sus propios propósitos.
Debo admitir que tengo miedo. No imaginé que esto pasaría algún día, ni que tendríamos que permanecer dentro de nuestras casas. Que morirían miles de personas y que entraría a supermercados con estantes vacíos y gente corriendo y haciendo largas filas para poder obtener alimentos.
Mientras me dirigía al pasillo donde está la harina en mi cabeza podía sentir la presión de otras personas detrás de mi con sus carritos de supermercado dirigiéndose al mismo lugar. Como si fuera una carrera de supervivencia.
Definitivamente estamos todos aprendiendo alguna lección de todo esto.
Yo he aprendido durante el tiempo de coronavirus que no hay que temer y que podemos arrodillarnos y hablar con Nuestro Padre de corazón a corazón y que podemos ayunar sin desfallecer porque con Dios todo lo podemos.
FIN
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